Por
ALBERTO VALENCIA CÁRDENAS (*)
La última
homilía del cardenal Cipriani sobre las conclusiones de la Comisión de la
Verdad ha causado tanto malestar en la feligresía ayacuchana que varias
instituciones de ese departamento han comenzado a recolectar firmas para
solicitar a la santa sede el traslado del Primado de la Iglesia Peruana. Como
se sabe, el cardenal Cipriani ha desmentido a la Comisión de la Verdad diciendo
"la iglesia ayacuchana sí estuvo a la altura de las circunstancias"
en los días aciagos de la guerra contra Sendero. Y eso no es cierto. No debe
confundirse a la Iglesia con el arzobispado. Es verdad que la iglesia
ayacuchana mantuvo una posición egregia pero monseñor Cipriani fue el
representante personal de Fujimori en Ayacucho.
Me duele
decirlo, pero muchos feligreses creen que el cardenal Cipriani no es un buen
pastor. Es personalista y ambicioso. Más parece un político con ansias de poder
o un militar al que le fascina mandar. Es por eso que se convirtió en el
complemento perfecto que necesitaba Fujimori. Y por eso Cipriani trabajó tan
fervorosamente por la reelección de su amigo fugitivo. Yo no quisiera ofender a
la autoridad eclesiástica, mis apreciaciones pretenden ser objetivas. Creo que
Cipriani no es el cardenal que necesita el Perú. Y voy a llamar la atención de
las autoridades religiosas sobre los siguientes puntos:
1.-La
Iglesia no debe inmiscuirse en política porque la política es una ciencia
controversial y conflictiva. Después de la desaparición de monseñor Vargas
Alzamora el Perú esperaba el nombramiento de un pastor afable, comprensivo,
cariñoso. Pero no fue así. Monseñor Cipriani es la antípoda del buen pastor. Es
autoritario y tempestuoso. Se enfurece o llora con una rapidez asombrosa. Le falta
ecuanimidad. Le cuesta perdonar. Y ésta es la virtud fundamental de un vicario
de Cristo.
2.-Algunos
analistas sostienen que la culpa de lo que está ocurriendo la tiene el Opus
Dei. Yo creo que no. Monseñor Cipriani es como es a pesar del Opus Dei.
3.-Los
ayacuchanos conocemos a monseñor Cipriani mejor que nadie. Fue durante diez
años el amo absoluto de la iglesia huamanguina. Por eso no tenemos miedo de
decir que está acostumbrado a convertir al púlpito en tribuna política. Aquí,
en Lima, ya lo ha hecho. En el mismo día de Santa Rosa del año pasado, el
cardenal convirtió la catedral en una trinchera política en la que dijo a grito
herido: "Basta. Yo no tolero que se me ataque porque quien me ataca, ataca
a la Iglesia" (todos lo recordamos). Por respeto o por temor, nadie se
atrevió a contestarle inmediatamente pero, unos días después y casi al socaire,
el apacible y corajudo obispo de Chimbote Luis Bambarén aclaró el asunto
diciendo: "Una cosa es monseñor Cipriani y otra cosa es la Iglesia. Mucha
gente dice que entre el arzobispo de Lima y yo hay dificultades. No es así,
sólo somos personalidades diferentes. Él se queja porque mucha gente lo critica
sin conocerlo. A mí me ocurre lo contrario. Mucha gente me aplaude sin
conocerme". Estas frases, entresacadas de varias publicaciones, demuestran
que la Iglesia peruana felizmente está sana y está fuerte porque tiene buenas
raíces. Y tiene todavía buenos pastores.
4.-Voy a
referirme, ahora, a la parte más grave de la actuación de monseñor Cipriani. A
los diez años de su labor en Ayacucho. Aquellos a los que se refiere la
Comisión de la Verdad.
Cuando
monseñor Cipriani llegó a Ayacucho, ese departamento se debatía en la más grave
conmoción política de la historia contemporánea: la guerra contra Sendero. Con
mucha habilidad y con el apoyo de Fujimori, Cipriani se hizo dueño del
departamento. Son testigos de esta afirmación todos los jefes de las
reparticiones públicas de Huamanga. Durante diez años no se nombró a nadie en
Ayacucho que no tuviera el visto bueno del arzobispo. Todos los presidentes del
CTAR fueron digitados por él. Los congresistas, los alcaldes y los regidores de
la época fueron escogidos por él. Monseñor Cipriani gozaba del favor palaciego,
entraba cuando quería al palacio de Pizarro. Y era, lógicamente, recibido con
bombos y platillos en los cuarteles. A su turno Cipriani correspondía
bendiciendo las armas cada vez que Fujimori visitaba Ayacucho. Era tanta la
confianza entre ambos que Fujimori le pidió al arzobispo que colaborara en la
recuperación de la embajada del Japón. Y él aceptó (actuación que volvió a
sembrar serias dudas sobre la conducta personal del cardenal y que, en el
futuro, será objeto de nuevas investigaciones).
El pueblo
ayacuchano estaba enterado de que monseñor Cipriani se reunía y discutía todas
las semanas con el jefe político militar las tácticas de la guerra en el
departamento. Cipriani conocía hasta en sus últimos detalles todo lo que estaba
sucediendo. Conocía de las desapariciones, de las torturas, de las matanzas y de
las fosas comunes. Yo sé que la Comisión de la Verdad ha llegado a estas mismas
conclusiones pero, hasta ahora, no ha dicho ni dirá una palabra al respecto
quizá porque el presidente de la CVR es el rector de la Pontificia Universidad
Católica. Pensar que monseñor Cipriani desconocía las matanzas de Ayacucho es
como pensar que Fujimori desconociese los latrocinios de Montesinos. Pero
aclaremos. Yo no estoy diciendo que el ex arzobispo de Ayacucho haya propiciado
la política de tierra arrasada. Estoy afirmando que monseñor Cipriani no podía
desconocer las matanzas de Accomarca, Chusqui, Rinconada, Sachabamba, San José
de Secce, Lucanamarca y de decenas de pueblos más. El ha escuchado durante diez
años, todos los días, a millares de mujeres campesinas clamando por sus seres
queridos desaparecidos o muertos. Ellas lloraban infructuosamente en las
puertas insensibles del arzobispado. El pueblo ayacuchano las ha visto. Y el
pueblo ayacuchano no olvida.
Cómo
olvidar, por ejemplo, que en la puerta del arzobispado Cipriani colgó un
infamante letrero que decía: "Aquí no se atienden reclamos de Derechos
Humanos". Y más abajo otro letrero pequeño que agregaba: "No se
otorgan recomendaciones de trabajo".
5.-Por
otro lado, es sabido que monseñor Cipriani persiguió, en Ayacucho, con singular
dureza a los padres de la Compañía de Jesús (en Lima ha pretendido hacer lo
mismo). Cuando Cipriani llegó a Ayacucho habían 26 padres jesuitas, cuando se
fue sólo quedaban dos. Pero el actual cardenal no sólo emuló a Carlos III expulsando
a la Compañía de Jesús sino que desafió también al pueblo huamanguino
desterrando al más querido de sus pastores: al padre Salvador Cavero, capellán
de Santo Domingo. El padre Cavero era uno de los más distinguidos oradores
sagrados. Predicaba en quechua y castellano, como el Lunarejo, y congregaba, en
sus misas dominicales, a centenares de fieles que venían desde pueblos lejanos
solamente a escucharlo. Cavero era, además, un excelente escritor. Es autor de
las Tradiciones ayacuchanas. Pero Cipriani odiaba a Cavero. Desde que llegó a
Ayacucho, el arzobispo lo miró con recelo porque el padre Cavero tenía un gran
defecto: era enemigo de la dictadura.
6.-Magno
Sosa, el periodista ayacuchano que con mayor energía se ha enfrentado al
cardenal Cipriani, dice no comprender cuáles han sido las razones que ha tenido
el Vaticano -la cancillería más sabia y más antigua del mundo- para nombrar a
Cipriani.Y agrega: creo que en este nombramiento ha tenido mucho que ver
Fujimori.
7.-El
lunes 5 de febrero del año 2002 el canal 8 de televisión hizo una encuesta
pública sobre el flamante nombramiento de monseñor Cipriani como cardenal y el
72% de los consultados se declaró en desacuerdo.
8.-El
domingo 4 de marzo el flamante cardenal ofició su primera misa. Aquella vez ocurrió
algo inusitado en la vida política y religiosa del Perú: un grupo de jóvenes,
después de lavar la bandera del Vaticano, protestó, en la calle, contra el
recién nombrado. Cipriani respondió enfurecido, desde el púlpito: "Si no
respetan a la Iglesia y a su representante, fuera de ella".
El doctor
Juan Delgado, presidente del instituto IDEA de Ayacucho, comentó el incidente
de la siguiente manera:
-Un
auténtico pastor hubiera respondido de manera diferente. No se hubiera
enfrentado a quienes lo criticaban. Los hubiese llamado. Hubiese conversado con
ellos. Los hubiese perdonado. Y seguramente los hubiese ganado. Pero monseñor
Cipriani es lamentablemente autoritario. Su carácter le está haciendo mucho
daño a la Iglesia.
Concluimos
nuestro comentario sobre el cardenal Juan Luis Cipriani y su papel en Ayacucho.
Queremos recoger la opinión de un viejo y respetado profesor Alberto López
Mayorga, caballero del Santo Oficio y fundador de la Asociación de Periodistas
de Ayacucho que dice lo siguiente:
-Si siguiendo
a Bufón sostuviésemos que el lenguaje es el hombre, monseñor Cipriani
resultaría muy mal parado porque Cipriani es dueño del vocabulario más indigno
que un príncipe de la Iglesia pueda utilizar. En Ayacucho nosotros no podemos
olvidar que aquí estrenó las siguientes frases:
1.- A los
terrucos hay que darles de su propia medicina.
2.- Los
Santos Evangelios no se oponen a la pena de muerte.
3.- Ya
estoy harto de los arrepentidos.
4.- Todas
las comunidades han tenido su entripado con Sendero.
5.- Ustedes
lo único que saben es pedir.
6.- Los
políticos son unos pícaros.
7.- Los
periodistas son unos pendejos, y
8.- Los
derechos humanos son una cojudez.
Nadie en
su sano juicio podría sospechar que estas vulgaridades forman parte del
lenguaje corriente de la más alta autoridad de la Iglesia peruana. Seguramente
esto no se conoce en el Vaticano. Somos muchos los que creemos que el cardenal
Cipriani debe renunciar o ser trasladado, por la Santa Sede, a otra
jurisdicción eclesiástica alejada del Perú. Y al solicitar esta renuncia, no
estamos cometiendo un acto de herejía o de apostasía. Estamos simplemente
haciendo uso de nuestro irrenunciable y sacrosanto derecho de petición.
Monseñor Cipriani le hace daño a la Iglesia peruana y desprestigia
innecesariamente al Opus Dei.
En los
últimos días con motivo del Premio Internacional que ha obtenido el Padre
Gutiérrez y la Teología de la Liberación (sin que nadie le pidiese su opinión),
Cipriani soltó estas frases que estaban dirigidas, sin duda alguna, contra el
humilde y talentoso sacerdote galardonado por los reyes de España. Y dijo:
"La Iglesia no es una beneficencia, Cristo jamás dio una limosna a nadie.
No hay que confundir el rol de la Iglesia con la función de ciertas
instituciones de caridad". Estas declaraciones del primado peruano
demuestran una orientación francamente contraria al Concilio Vaticano II y que
ha sido la política tradicional de la Iglesia peruana. Negarle a la Iglesia la
capacidad de ayudar a los pobres es negar a Cristo que predicó para los más humildes,
es negar a Francisco de Asís que abandonó sus riquezas para ponerse al servicio
de los menesterosos. La grandeza de la Iglesia radica en su amor a los que
menos tienen. No debemos olvidar el mandamiento que nos dio Jesús de amar a tu
prójimo como a ti mismo. La caridad cristiana no acepta otra explicación.Cuando
estaba terminando el presente artículo algunos doctores en Teología me
informaron que el traslado de Cipriani podría ser una realidad. Esto mismo
ocurrió en la década del 30 con otro arzobispo tempestuoso y autoritario que
puso la Iglesia al servicio de Leguía y abrió las puertas a la más sangrienta
persecución política de la historia peruana. Ese arzobispo se llamaba Emilio
Lissón y Chávez quien, enfrentado al pueblo y a los estudiantes, en su jugada
político-religiosa, pretendió consagrar el Perú al Corazón de Jesús. La jugada
le salió mal y el arzobispo leguiísta terminó sus días en una provincia de
España donde murió.
(*)
Dos veces diputado aprista por Ayacucho.
Tomado
de: Diario La República (del 10, 13 y 16 de setiembre del 2003)