Yanacocha, el tesoro envenenado de Perú

Campesinos y ONG denuncian que la mina de oro más grande de América provoca un alto nivel de contaminación en la sierra peruana. Aseguran que los campos de la región se están quedando sin agua.

 Cada día, esta herida en la tierra peruana supura 200 kilos de metales preciosos, un 70% de oro puro y el resto de plata. Cada día, los montes de la región norteña de Cajamarca son arrasados por camiones que remueven 480.000 toneladas de tierra, según el testimonio del ingeniero de operaciones Isidro Oyola.

Yanacocha, o Laguna Negra (en quechua), es la segunda mina de oro más grande del mundo y la primera de América. Desde que se abrió, en 1992, de sus entrañas han salido millones de onzas del metal más deseado, una riqueza que, paradójicamente, ha arruinado a muchos de sus pobres vecinos campesinos. Ayuda en Acción, con las aportaciones de sus socios españoles, intenta poner en marcha en esta provincia programas que, lejos de destruir, ayuden a sacar adelante el futuro sostenible.

No muy lejos de Yanacocha, a 45 kilómetros, aún se conserva, en los aledaños de la Plaza de Armas de Cajamarca, el lugar donde Francisco Pizarro encerró al inca Atahualpa y reclamó su rescate en oro. El pago no evitó su muerte.

Tampoco ahora la famosa mina rescata a la región andina de la miseria. Familias presionadas para vender sus chacras (parcelas), expropiaciones, ríos contaminados, cauces secos, conflictos sociales y delincuencia son algunas de las enfermedades que el alcalde de Huambocancha Baja, Gomer Vargas, achaca a este tesoro envenado.

Nada que ver, asegura, con el eslógan que vende la empresa: Forjando progreso. Hace 12 años que la compañía de Denver Newmont Mining Corporation (con el 51% de las acciones), el grupo Benavides (43%) y el Banco Mundial (5%) comenzaron a comprar tierras a los campesinos, bajo la premisa de que lo que había en el subsuelo era del Estado y, por tanto, tenían permiso oficial para explotarlo.Más de 350 agricultores dejaron sus cultivos; según fuentes de Yanacocha «a buen precio»; según la asociación ecologista Grufides «por unos soles que son pan para hoy y hambre para mañana».

No son vetas doradas las que se encuentran en las 10.500 hectáreas en explotación (la concesión minera les autoriza a taladrar un total de 150.000); el preciado metal se encuentra entremezclado con la tierra. Para extraerlo, primero retiran la capa verde que recubre el cerro; después se vuela con petróleo. Camiones que cargan hasta 240 toneladas por viaje trasladan la tierra a unas canchas, recubiertas con plásticos. Y ahí comienza el proceso de lixiviación, que consiste en regar por goteo esas inmensas terrazas con una solución de cianuro y agua que disuelve el metal. Posteriormente, mediante otro proceso de filtración, el oro se hace sólido. Se calcula que por cada tonelada removida se consigue un gramo de oro.

Fuentes de Yanacocha aseguran que todo su circuito productivo es cerrado, que el agua se descontamina antes de soltarse al medio ambiente, que hay detectores de fugas y que en los cerros revegetados los pastos vuelven a crecer. Además, insisten en la riqueza que Yanacocha ha generado en Cajamarca, dando empleo a 8.000 personas (de los que 6.000 son subcontratados temporales), abriendo escuelas y construyendo carreteras.

La próxima herida que prevén abrir se sitúa en el cerro Qilish, que encierra tres millones de onzas de oro, según los técnicos.Lo malo es que las comunidades campesinas les han negado el permiso para explotar este cerro, decisión que ya ha sido recurrida. De hecho, pocos dudan de que el Qilish tiene sus días contados, como otros muchos cerros. El ingeniero Oyola comenta que los planes de explotación de Yanacocha alcanzan hasta el año 2014, aunque confiesa que allí hay tajo para otras tres décadas.

Su balance positivo, con un claro reflejo en la cuenta de resultados de los accionistas, no tiene nada que ver con el relato del sacerdote Marco Arana, quien insiste en que gran parte de los 28.000 campesinos de la zona saben que el Quilish es cabecera de cuenca y «motor de su vida». «Aquí no sabemos de estudios técnicos, pero vemos que todo el agua viene de manantiales del cerro que quieren volar», argumenta.

Y mientras Marco Morales, del laboratorio de Yanacocha, reconoce que hay dos derrames al año y un «escaso margen de error del 0,3%», el campesino Gomes Vargas sólo sabe que «cada día los pastos de los aledaños a la mina tienen menos agua y más sucia, que los animales se quedan sin pelo y que a los hombres les salen ronchas en la piel, que dicen que son alergias».

Cuenta que de los 3.500 habitantes de la zona baja, sólo siete trabajan en la gran mina y que para comer no basta que construyan aulas. «Más necesaria es la tierra improductiva que nos dejará Yanacocha en herencia». El alcalde campesino recuerda que a muchos compañeros les compraron la hectárea a 50 soles (unos tres euros), aunque ahora sacan de allí filones dorados a base de cianuro, y que la inmigración a la costa está siendo una realidad para muchas familias.

Sin embargo, la mina aporta casi el 20% de los ingresos por exportaciones del Perú, una cantidad nada desdeñable para la maltrecha economía andina. El dolor campesino por las cicatrices que deja en la tierra no se refleja en su cuenta de resultados.

Aprender a sumar con ayuda de lechugas:
A 600 kilómetros de Lima, en Bambamarca (Cajamarca), las matemáticas se aprenden sumando lechugas y kilos de choclo (maíz). Casi 3.000 críos participan de un innovador programa educativo con el que Ayuda en Acción ha dotado a las escuelas de la región y que incluye el desarrollo de fincas agropecuarias escolares. El objetivo: el aprendizaje del ecosistema para sacarle la mayor rentabilidad posible sin causarle daño.

La comunidad de Quilinshacucho, es un buen ejemplo de ello. «Queremos que, desde pequeños, conozcan el valor de su entorno y , a la vez, aprendan el oficio», comenta su profesora, Yolanda Goicoechea. Muchos de sus alumnos, como tantos otros en todo Perú, acudieron a alguno de los 10 centros de estimulación temprana (de cero a tres años), que la ONG ha abierto en la comarca. «Hasta los tres años se desarrolla su capacidad neuronal y si no les estimulas llegan con una brutal desventaja», asegura Juan Ignacio Gutiérrez, director nacional de Ayuda en Acción en el país andino.

Su meta es que estos niños, cuando crezcan, sean capaces, con apoyo de la ONG, de crear microempresas sostenibles que pongan freno a la emigración rural y al deterioro de una tierra cada vez más empobrecida. Mientras ese día llega, Yolanda le enseña a sembrar y a cuidar de los cuys, esos pequeños roedores que los peruanos consideran una auténtica delicia culinaria.

Fuente: El Mundo, España,  18.06.04