Yanacocha: La Vida por el Oro

 

Julio Yovera B  -  http://www.rebelion.org/

 

Cajamarca es conocida mundialmente porque en este lugar el criador de chanchos Francisco Pizarro y sus hordas desataron un verdadera hecatombe, que costó la vida a un número no precisado por estadística alguna pero estimado en no menos de diez mil. El cómplice para hacer prisionero a Atao Wallpa, el monarca quiteño que había disputado con Huáscar - representante de la dinastía cusqueña- la autoridad imperial, fue el sacerdote Vicente Valverde, quien no tuvo escrúpulo alguno en utilizar la Biblia como un burdo instrumento de los asesinos españoles.

Esto aconteció en noviembre de 1532 y fue el inicio de una larga noche de tres siglos donde las poblaciones nativas fueron casi exterminadas en aras de un incontrolable y angurriento apego al oro.

Hoy, quinientos años después, ya no están los españoles ni sus descendientes, pero, igual, los saqueadores del oro imponen un clima de muerte y de terror en esta región de los andes peruanos. Efectivamente, coincidentemente (¡) desde que la empresa Yanacocha llegó a Cajamarca, el asesinato, el temor, la coima, la corrupción, la prepotencia y una maquinaria de vigilancia que no tiene nada que envidiarle a la temible Gestapo de los tiempos nazis, es parte de la vida y del paisaje.

Esta empresa tiene el apoyo de autoridades y de propietarios de medios de comunicación incondicionales, de manera que no necesita de ninguna máscara ni de ninguna careta. Cuando de crímenes se trata, como el de los campesinos Isidro Llanos y Edmundo Becerra, la empresa los “explica” como líos entre comuneros; cuando de aclarar las acusaciones que por estafas le formulan -pues han comprado tierra a los campesinos a precio huevo-, simplemente no hace caso; cuando de contaminación de los ríos, del aire y de la tierra se les habla, suelen decir que de ello no es responsable, aunque ella sea la única que trabaja con cianuro, mercurio y pólvora.

Pero, si eso ya es el colmo del abuso, lo que acaba de conocerse por estos días es francamente indignante. Los peruanos hemos visto con estupor la forma cómo una empresa dedicada al espionaje y al seguimiento de ambientalistas vienen reglando de manera impune a los opositores a Yanacocha. El blanco objetivo: el sacerdote católico Marco Antonio Arana, que ha cometido el terrible “pecado” de asumir la defensa de la vida en un lugar donde la empresa viene imponiendo desde hace diez años su mera voluntad.

Cuando los voceros de esa suerte de “Gestapo” peruana, denominada empresarialmente C & G Investigaciones, han sido requeridos por la prensa, se han negado en todos los idiomas a decir quién la contrató para hacer ese “trabajo”. Sólo un babeo evasivo. Sin embargo, no necesitamos ser adivinos para darnos cuenta que a quien le interesa conocer los movimientos al detalle del padre Arana es a la propia empresa, que los campesinos ya bautizaron como “Mano del Diablo”, porque “todo lo que toca muere”, según aducen.

Como nos dijo Gregorio Santos, quien fuera candidato de la izquierda a la presidencia de la región de Cajamarca, “si el oro tuviera vida también se hubiera muerto, como vienen ocurriendo con nuestros pueblos y nuestro valle”.

No le falta razón. Según las investigaciones hechas por las entidades ambientalistas, todos los indicadores demuestran que ahí donde la minería se impone, la agricultura y la ganadería retroceden primero, y se extinguen después. Es que no pueden desarrollarse estas actividades si es que no se tiene agua suficiente. Y ahí está el problema.

El agua la acapara Yanacocha; ésta hace uso de 18 millones de litros cúbicos de agua al año, no paga ni al gobierno central, ni al regional, ni al local, un solo centavo por esa enorme cantidad de líquido que devora. En 2004 produjo 2 millones 400 mil onzas de oro, sin embargo, el nivel de vida de la población se ha pauperizado a extremos jamás vistos anteriormente.

Por eso es que aquello de “explotación minera responsable” ya no lo cree nadie, hablamos de los campesinos y comuneros, que se sienten impotentes frente a una empresa que no sólo no los escucha, sino que los reprime como si fuera un Estado dentro de otro Estado. Encima, las autoridades, las de ayer y las de ahora, se muestran sumisas al poder, complacientes con los poderosos y sordos y mudos cuando se trata de los intereses de los pueblos.

Cajamarca, como hace 500 años, viene siendo saqueada por los Pizarro modernos, y sus poblaciones reprimidas y arruinadas. Pero hay una gran diferencia. Los nativos que por primera vez, en Cajamarca, escucharon el estruendo del arcabuz y supieron del olor de la pólvora, huyeron despavoridos y murieron en el intento. Después vendría la resistencia andina que tiene en la rebelión de Tupac Amaru su expresión más elevada. Con esto queremos decir que las poblaciones nativas jamás tuvieron alma de esclavos.

Hoy, en plena era de la globalización, los campesinos y sus organizaciones, con su dignidad al tope, se levantan y enarbolan una sola bandera: su derecho a la vida.
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Julio Yovera es docente y periodista, escribe en diversos medios alternativos