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Veinticuatro años después de tu martirio y doce después
de los acuerdos de paz las cosas siguen mal, a veces muy mal. Mucha gente
está harta de la injusticia, la corrupción y la mentira. En
tiempo de elecciones estamos hartos de la desvergüenza. Y los pobres
están hartos de la pobreza y de tener que emigrar.
¿No hay solución, Monseñor? Quiero hablarte de estas
cosas con la esperanza de escuchar alguna palabra tuya que traiga luz
y ánimo para trabajar.
El imperio
Es lo más grave. La palabra parecía muerta, pero la realidad
la ha resucitado. Hoy no basta con hablar de opresión y de capitalismo.
Hay que hablar de imperialismo, y de "imperialismo norteamericano",
que, con Bush, se ha hecho inocultable: imponer su poderío sobre
todo el planeta, a través de todo, comercio injusto, información
mentirosa, guerra cruel e irrespeto impúdico de los derechos humanos.
El imperialismo nos llega con el servilismo político de los gobernantes,
pero en el día a día penetra de forma más profunda
con la seducción e imposición de la "cultura norteamericana",
the american way of life: el individualismo, como forma suprema de ser
y el éxito como verificación última del sentido de
la vida, como lo mejor que ha producido la historia. Y a la inversa, comunidad,
compasión y servicio son productos culturales secundarios. Insistir
en ello no es "políticamente correcto". La igualdad de
la revolución francesa, y nada digamos la fraternidad del evangelio,
están obsoletos. De Irak no cuentan los iraquíes, y de Africa
no cuenta nada.
Este imperialismo es antievangélico, y por ello para el cristianismo
la primera exigencia es combatirlo, proclamar -y vivir- la "cultura
de Jesús". Y como, además, se pretende que comamos,
bebamos, cantemos y nos divirtamos, como ocurre en el imperio, hay que
defender el "nacionalismo" bien entendido: la defensa de la
bondad de la creación de Dios, en diferentes pueblos, tradiciones,
culturas y religiones.
El imperialismo, además, nos confronta con otro problema, que es
de siempre, pero que hoy se ha acentuado. En Asia y Africa, "cristianismo"
ha sido sinónimo de "occidente", con beneméritas
excepciones. Pues bien, en el mundo actual, más de mil millones
de seres humanos, los pueblos musulmanes, ven en Bush, a la vez, la expresión
de occidente y la expresión del cristianismo. Con ello, la misión,
no como proselitismo, sino como diálogo, se hace muy difícil.
¿Quién les convence de que no hay que identificar las dos
cosas si el imperio, Bush y su grupo, aparecen orando al Dios de Jesús
y desoyen a los cristianos que se les oponen, incluido Juan Pablo II?
Monseñor, tú nos enseñaste a desenmascarar a los
ídolos y les pusiste nombre: la absolutización del capital,
de la doctrina de la seguridad nacional y también, aunque en sí
fuesen buenas, de las organizaciones populares, cuando todo lo subordinaban
a ellas. A estos ídolos hay que añadir hoy el del imperio,
esa forma de generar víctimas, lenta o violentamente, por imposición
irredenta.
Conclusión. "Sólo Dios es Dios", no lo es ni el
césar ni el imperio, como Jesús vino a decir a Pilatos.
Equivocarse en eso, en forma creyente o secularizada, tiene gravísimas
consecuencias, como lo vemos a diario en el mundo. Bien lo dijiste:
"Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado
con Dios. Por eso tenemos tantos ególatras, tantos orgullosos,
tantos hombres pagados de sí mismos, adoradores de los falsos
dioses. No se han encontrado con el verdadero Dios y por eso no han
encontrado su verdadera grandeza" (10 de febrero, 1980).
La campaña electoral
La campaña electoral ha mostrado que la política está
por los suelos. Muchos gritos y agresiones al adversario, a veces hasta
físicos, y pocos argumentos. Muchas promesas y pocos programas
y medios de llevarlos a cabo. Entonces nos vienen a la mente unas palabras
tuyas: "Oyendo ciertos discursos de estos días de carácter
político, yo no encontraba ninguna idea constructiva... Ideas serenas
para construir el bien del país" (13 enero, 1980). Y nada
digamos de pedir perdón por los errores en el pasado y de propósito
de enmienda. Apelar a la austeridad, generosidad e incluso al sacrificio
no se hace por no perder votos, pero sin ello no hay solución.
Quizás en muchas de estas cosas no haya muchas diferencias entre
los partidos, pero la derecha ha hecho un alarde de desvergüenza
que pensábamos superada. No apela a la esperanza -la inmensa reserva
de los pobres-, sino al miedo. Dicen: si gana la izquierda volverán
los secuestros; los salvadoreños en Estados Unidos no podrán
enviar remesas; la educación -así la presentan contradiciendo
la realidad- será tan pobre como en Cuba. Del miedo y el terror
que produjo su fundador y varios de sus predecesores nada dicen.
Y para un creyente da dolor cómo la derecha mete a Dios en su propaganda.
Es hipócrita invocar a Dios como aval del éxito futuro.
Es cínico que ese Dios no exija hacer examen de conciencia de quince
años de gobierno tan favorable para las minorías en abundancia
y tan perjudicial para las mayorías en penuria. Y es indignante
-si ganan-, ofrecer a Dios como el gran tesoro para el país sin
decir una palabra de cómo era Dios para Jesús.
Y por supuesto, nada dicen de tantos salvadoreños y salvadoreñas,
con Monseñor Romero a la cabeza, que se parecieron a Jesús
en vida y murieron en cruz como Jesús a manos de ejércitos
y escuadrones de la muerte. Nada dicen de ti, Monseñor. En público
te silencian, y en privado te siguen teniendo un miedo patológico.
Tu palabra les sigue sacudiendo. También les iluminaría,
pero no se dejan sacudir ni iluminar. No les queda otra solución
que autoengañarse y tergiversarte.
Hablan de Dios, y no les importa nada lo que dicen de él. Qué
poco entienden lo que dijiste un 9 de septiembre de 1979: "Si es
verdadera palabra de Dios lleva algo explosivo y no muchos la quieren
llevar. Si fuera dinamita muerta, ya nadie tendría miedo".
Ni te escucharon ni te escuchan, y por eso hablan de Dios mal y sin pudor.
Y ojalá todos tengamos esto en cuenta: los sacerdotes en nuestras
homilías, los profesores de teología en nuestras clases,
y ciertamente los candidatos en campaña. No se puede manosear a
Dios ni quitarle fuerza y vigor. Cuando buscamos votos, dejemos a Dios
en paz, y si en serio queremos hablar de él, sobre todo los políticos,
anunciémosle como "un Dios de los pobres".
La contrapartida es que política es "servicio", y en
nuestro mundo tiene que ser servicio a los pobres".La derecha no
sabe nada de eso, en la izquierda puede haber algo más, pero en
todos es difícil encontrar una vocación de servicio que
supere el egoísmo personal y de partido.
Es sabido que la palabra "política", puede ser usada
en el sentido aristotélico de procurar el bien común en
la vida pública, y puede ser usada en el sentido pos-maquiavélico
de pugnar por el poder del Estado. En general, lo segundo prima sobre
lo primero. Qué extemporáneas suenan hoy las palabras del
papa Pío XI: la política es la formas má elevada
de la caridad. Y qué chocantes son las palabras de los exegetas
cuando dicen que la religión de Jesús estaba centrada en
el reino de Dios y pretendía configurar la vida del pueblo; por
eso era una religión política. Post- maquiavélicamente,
se entiende. Y por cierto, buena falta le hace también a la Iglesia
meterse en política en este sentido.
"Si es cristiano no cambie por nada el proyecto del reino de Dios
y trate de reflejarlo y ser sal de la tierra y luz del mundo... En las
diversas coyunturas políticas lo que interesa es el pueblo pobre"
(10 y 17 de febrero, 1980).
El 11-M y el 11-D
Al terminar esta carta ha ocurrido la barbarie de Madrid. Nos queda lejos,
pero nos toca muy de cerca. 200 muertos, gente sencilla trabajadora, entre
ellos 13 latinoamericanos que se ganaban la vida lejos de sus países.
Como cuando lo de las torres de Nueva York, la solidaridad de la gente
ha sido ejemplar con los muertos y heridos. En protesta, once millones
de españoles se lanzaron a la calle en un espectáculo impresionante
de repudio y de solidaridad. Después estalló el escándalo
político: del atentado se responsabilizó un grupo islámico
en venganza por el apoyo vergonzante del gobierno español a Bush
en la guerra de Irak, aun cuando el 90 por ciento de los españoles
estaban en contra de la guerra. El gobierno hizo lo posible por ocultarlo,
y en otro acto memorable muchos españoles salieron a la calle para
protestar por la mentira. El gobierno perdió las elecciones, y
los españoles han escrito una bella página de solidaridad
con los que sufren y de dignidad ante el poder.
Pero, aunque la urgencia de las cosas lo haga comprensible, todavía
falta algo importante que ojalá se haga realidad, sobre todo a
nivel europeo. En Europa, aunque sea desde la tragedia, dicen que ya están
a la altura de Estados Unidos. Allí, hubo un 11-S, atentado en
las torres de Nueva York, y ahora un 11-M, atentado en los trenes de Madrid.
Ambas fechas han entrado en la historia universal, pero no así
otras. ¿Qué pasa con el 11-S de Chile, con el asesinato
de Allende y la masacre en el palacio de la Moneda, tras la cual estaba
Estados Unidos? Y sobre todo ¿qué pasa con el 11-D? Ese
día, el 11 de diciembre de 1981, alrededor de mil personas fueron
asesinadas en El Mozote, divididas en tres grupos: los hombres fueron
encerrados en la Iglesia, las mujeres en una casa, y los niños,
unos 170, con una edad media de seis años, en otra casa cercana
a la de las mujeres, de modo que éstas podían "escuchar"
-algunos dicen "reconocer"- el llanto de su hijos cuando les
daban muerte. Todas y todos fueron asesinados. Los asesinos eran miembros
del batallón Atlacatl, entrenado por los norteamericanos, y el
mismo que asesinó a los jesuitas, a Julia Elba y Celina, el 16
de noviembre de 1989.
Pues bien, el mundo, tampoco el mundo occidental democrático, reaccionó.
La embajada de Estados Unidos dijo no saber nada de muertos en El Mozote,
y cuando los muertos fueron inocultables, dijo que se debió tratar
de un enfrentamiento. No hubo reconocimiento de las víctimas y
entierro digno, y por supuesto no hubo manifestaciones en contra del terrorismo
del batallón Atlacatl, terrorismo de Estado, ni pudo haberlo. La
televisión -perdónesenos la ironía- no mostró
nada. Y salir a la calle a protestar hubiese significado poner en juego
la propia vida. Las cosas cambiaron, y años después, sí
se ha reconocido la masacre y enterrado a los muertos. Los familiares
los recuerdan -y celebran- todos los años. Y han hecho un sencillo
monumento con estas palabras: "Ellos no han muerto. Están
con nosotros, con ustedes y con la humanidad entera". Fechado en
El Mozote, 11 de diciembre, de 1991.
Si alguno de los familiares y amigos de las víctimas del 11-M de
Madrid lee estas páginas, comprenderá que con ellas nos
hacemos muy solidarios de su dolor, porque en El Salvador lo hemos vivido
en carne viva. Y les ofrecemos con mucha humildad consuelo, apoyo y también
la esperanza del "ellos no han muerto". Y les pedimos con todo
respeto que unan su dolor al de todas las víctimas -más
allá de las de Europa y las de Estados Unidos-, las víctimas
de Colombia, de El Congo, de Bangladesh...
Los políticos europeos hablan ahora de repensar la "seguridad
europea". Y es comprensible. (Ya dicen que la seguridad de los juegos
olímpicos de Atenas estará en manos de la OTAN). Pero Europa
tiene otra tarea más importante y más decisiva, para ellos
y para todos: repensarse no sólo desde su seguridad amenazada,
sino desde la solidaridad con las víctimas de todo el mundo. Más
que una Europa unida, proclive al eurocentrismo, es decir, al egoísmo,
lo que se necesita es una internacional de todas las víctimas,
con su dolor, y de todos los solidarios y solidarias, con su entrega.
La internacional de todos los días 11- en cualquier parte del mundo,
sobre todo en los lugares en que las víctimas -por hambre y por
balas- se cuentan por millones.
De nuevo, mucho dolor, mucho respeto y mucho cariño a las víctimas
de Madrid. No se trata de ir mas allá del 11-M, pues cada dolor
es inintercambiable, pero sí se puede ubicarlo en el dolor más
grande de la familia humana. Y también en su esperanza.
Monseñor, todas estas cosas, políticas y humanas, ocurren
en Cuaresma. Es tiempo de desierto, lugar de tentación y de reflexión.
Y también lugar del encuentro silencioso con Dios. Ahí resuenan
sus palabras: "partirás tu pan con el que tiene hambre".
Y hoy resuenan también tus palabras políticas:
"Un cristiano
que se solidariza con la parte opresora, no es verdadero cristiano"
(16 de septiembre, 1979). "Lo que marca para nuestra Iglesia los
límites de la dimensión política de la fe es precisamente
el mundo de los pobres... Según les vaya a ellos, al pueblo pobre,
la Iglesia irá apoyando desde su especificidad de Iglesia, uno
u otro proyecto político, apoyar aquello que beneficie al pobre,
así como también denunciar todo aquello que sea un mal
para el pueblo" (17 de febrero, 1980).
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